No hay método educativo sin fisuras.

No hay método educativo sin fisuras.

 

Tradicionalmente se ha hablado de la infancia tranquila, esa que comprende desde los primeros meses de vida hasta la pubertad. Es la etapa del descubrimiento del propio ser, del nacimiento de la intimidad, de la apertura al mundo que nos rodea, pero también es el momento de sentar bases firmes y aprender a aceptar límites y a asumir responsabilidades. Esta delicada labor es en primer lugar de los padres, responsables de ayudar a crecer a sus hijos de manera segura. No obstante, cuando esta seguridad se absolutiza, surgen modelos de hiperprotección.

 

Tres modelos de padres protectores

Según los últimos estudios de educación, hoy en día observamos tres modelos de padres protectores: padres helicóptero, los que viven pendientes de lo que necesitan o desean sus hijos para satisfacerlo de forma inmediata; padres apisonadora, que allanan el camino para que no se encuentren dificultades; padres guardaespaldas, los sensibles a reaccionar ante cualquier crítica sobre sus hijos. En definitiva, todos tienen como denominador común la hiperprotección.

 

Proteger no es hiperproteger

Es importante no confundir la hiperprotección con la protección. Proteger es una función necesaria e imprescindible de los padres: cuidar y mantener seguros a los hijos es una obligación, pero puede ser nociva para el desarrollo cuando se vuelve desmesurada. Hiperprotección implica decidir, actuar y pensar por el hijo, buscando soluciones a todas las dificultades que pueda ir encontrando en su camino, ya sean reales o imaginarias. Pensemos por ejemplo en los padres cargando con varias mochilas a la salida del colegio, los agobiados por las tardes con la cantidad de deberes que deben supervisar o los estresados con los eventos del fin de semana a los que tiene que asistir sin falta su hijo. Todo ello pasando en ocasiones por encima de las propias necesidades personales y sociales.

Por supuesto que la exigencia de la paternidad es grande y la renuncia constante. No obstante protegerles de más puede desembocar en una incapacidad alarmante para superar dificultades de la vida. La confianza en los propios recursos se construye a través de la experimentación y superación por parte de uno mismo de problemas acordes a la edad, y en ocasiones, cuando sea necesario, con la ayuda de los demás. Cuando esto no se da pueden surgir miedos e inseguridades, situaciones de dependencia del adulto y percepciones falsas de uno mismo como alguien frágil al que hay que proteger y que además tiene derecho a ello, sin importar la edad.

 

¿Cómo podemos proteger sin hiperproteger?

Ofrecemos algunos consejos que pueden servir de ayuda:

  1. Diferenciar lo que es realmente importante de lo que no a la hora de corregir una conducta o exigir una responsabilidad.
  2. Aceptar el error como parte esencial del desarrollo del niño pues le ayuda a crecer y a tolerar mejor la frustración.
  3. Procurar no anticiparse excesivamente a las dificultades con el fin de evitarle sufrimiento.
  4. Acompañarle y escucharle cuando necesite apoyo, tratando de sostenerle sin darle la solución por adelantado cuando vaya dando sus primeros pasos hacia la independencia.

Y por último, reconocer que no hay método educativo sin fisuras. Educar no es una ciencia exacta sino un arte difícil de modelizar; no obstante, como padres ayuda abrirse a la confianza que otorga el saberse instrumentos y no dejar de discernir qué conviene en cada momento.

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