Niño alimentando a unos ciervos.

En la Creación, en todos sus elementos, se manifiesta el amor que Dios tiene por sus criaturas, por mí.

 

El niño al nacer recibe mediante sus sentidos todo un cúmulo de sensaciones, imágenes, olores, texturas, sabores, de los cuales al principio desconoce por completo su significado. A través de su experiencia, del contacto directo con el entorno, irá creando estructuras de pensamiento más elaboradas. Aprenderá a conocer la procedencia de los estímulos, el significado de los acontecimientos que le rodean y las características propias de los objetos.

La educación de nuestros sentidos

Se dice que los niños son los grandes contemplativos: viendo, tocando, oliendo y explorando el entorno mediante el movimiento, van asimilando experiencias, descubriendo los objetos, cómo son y cómo funciona el mundo. A partir de lo que sienten y perciben, van dando forma a los procesos de aprendizaje, la inteligencia y el lenguaje.

Cuanto mayor es la actividad sensorial del niño, más recursos tendrá en el futuro. No debemos confundir esto con una supuesta necesidad de someterle a una sobreestimulación temprana, pues el niño necesita que los estímulos estén bien seleccionados, además del tiempo y silencio para asimilar lo percibido. Las funciones superiores dependen de la educación de nuestros sentidos, por lo que resulta importante desarrollar las capacidades sensoriales (estímulos no necesariamente procesados por el individuo) y receptivas (resultado de una acogida personal).

 

Virtualidad y experiencia

Al comienzo de la vida, el niño necesita del cuidado y atención del adulto para su supervivencia. Poco a poco irá desarrollando una mayor y sana autonomía, así como capacidad de explorar el mundo, a través del movimiento. Por tanto, es responsabilidad esencial del adulto discernir y educar las formas en las que se le presenta toda esa información, ya que esto será pilar del desarrollo cognitivo, conductual, emocional e incluso relacional del pequeño.

Este tiempo tan virtualizado, en el que parece que todo se puede encapsular y mostrar a través de una pantalla, facilita que el niño tenga cada vez menos posibilidades de sentir la realidad: no será lo mismo oler y tocar una flor, que verla en una foto. Podrá ir construyendo ideas pero no tendrá un conocimiento sentido y gustado de las mismas. Debemos estar alerta, ya que todo proceso educativo en sus distintas fases, debe contar con una creciente apuesta por el sentir y el acoger libremente lo recibido.

 

Lo que se nos da en la Creación

Todo esto responde al cómo hemos sido creados: en la Creación, en todos sus elementos, se manifiesta el amor que Dios tiene por sus criaturas, por mí. Como dice el salmo: «gustad y ved qué bueno es el Señor», Dios quiere y desea que le alabemos y adoremos en cuerpo y alma, porque lo invisible se nos da en lo visible.

Por tanto, si los padres y los educadores desean abrir el alma del niño hacia la contemplación y hacia la vida espiritual, deberán atender y enseñar a gustar, a mirar, a oler, a tocar, a escuchar la Creación, que es la imagen más concreta y cercana que un niño puede empezar a abrazar sobre la realidad del ser de Dios.

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