Madonna della cintola (1500. Cerámica vidriada) Andrea della Robbia

Madonna della cintola (1500. Detalle superior. Cerámica vidriada) Andrea della Robbia

Hacía tiempo que Jesús había comenzado su predicación, su vida pública, cuando sus parientes decidieron ir a encontrarse con él. María iba entre ellos, escuchando sus comentarios hirientes, «porque creían que había perdido el juicio» (Mc 3,21). Cuando los discípulos de Jesús le informan que ha llegado su familia, él pregunta: «¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban a su alrededor, añade: Estos son mi madre y mis hermanos, el que hace la voluntad de mi Padre» (Mc 3,33-35).

 

Ceder su lugar como madre de Jesús

Por la fe sabemos que en realidad sólo su madre encaja perfectamente en esa definición pues es la única criatura que ha respondido completamente a todas las expectativas divinas, que ha hecho completamente Su voluntad. Sin embargo, Jesús no salió a su encuentro ni le hizo caso, sino que permaneció entre la gente que lo rodeaba. Con ello de alguna manera dejó atrás las relaciones familiares, tan importantes en la Antigua Alianza, para que María cediese su lugar privilegiado, como madre de Jesús, en favor de aquella muchedumbre. Ella debía volver a casa, sola, y ocupar un lugar anónimo, como el de tantos hombres.

Madonna della cintola (1500. Detalle inferior. Cerámica vidriada) Andrea della Robbia

Madonna della cintola (1500. Detalle inferior. Cerámica vidriada) Andrea della Robbia

Esto no parecía en absoluto un suceso anecdótico, sino más bien definitivo. María debía dejar ir a su Hijo, renunciar a cuidar de él, a servirle, a experimentar de cerca el amor del que era la razón de su vida. Todo esto, además, sin que mediase un diálogo con él, sin saber bien sus motivos ni conocer explícitamente el posible fruto de su renuncia. El Hijo necesitaba el no comprender de su madre, necesitaba su sufrimiento verdadero y su noche oscura. Se acercaba la hora de la Cruz y el Hijo preparaba a su madre para ese momento. Así, en el Calvario, llamándola simplemente «mujer», y no «madre» (Jn 9,26-27) la entregará a Juan. Entonces, paralelamente a Jesucristo, María se podría preguntar: «Hijo, ¿por qué me has abandonado?». Ésa será su participación en la Pasión: no solo su propia entrega, sino consentir y acompañar la entrega de su Hijo. Esto requerirá de María un nuevo sí, como una ampliación del que pronunció al ángel. Al igual que en Nazaret, será un sí en nombre de todos los hombres. Ella parece ser sólo otra más de las mujeres que se encuentran al pie de la Cruz, pero su sí es absolutamente puro, pleno, total, inmaculado.

 

Desde el cielo sigue atenta a sus hijos

En la mañana de Pascua, ya cumplida la obra de la salvación que había previsto la Trinidad, María participará plenamente de la alegría del Hijo. No obstante, cuando él suba a los cielos, ella aún habrá de permanecer un tiempo entre los hombres, en una nueva renuncia a él. La Iglesia naciente, formada por los hijos que en la Cruz recibió de manos de Jesús, necesitaba por un tiempo de la presencia corporal de su Madre, antes de que ella fuese asunta al cielo.

Podemos pronunciar nuestros síes en la tranquilidad de que están sostenidos por el sí de María. Ya ella ha dado la respuesta perfecta que Dios merece. Ahora desde el cielo sigue atenta a sus hijos, presentando a Jesús nuestras necesidades y diciéndonos al oído, con la autoridad que nace del amor: «haced lo que él os diga» (Jn 2,5).

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad