«El haber dificultad no es cosa nueva, antes ordinaria en cosas de mucha importancia para el divino servicio y gloria» (Carta 214)
Las dificultades enseñan, purifican, enderezan, preparan; son como el abono que, si bien un tiempo huele mal, dará un fruto acabado. El servidor de Dios ha de prepararse con grande ánimo y generosidad, apoyado en la fuerza de la gracia, a emprender, proseguir y llevar a cabo lo que compete al «divino servicio y gloria». Sin cruz no hay resurrección, sin el desierto no hay tierra prometida. No es ninguna novedad que surjan dificultades. Este es el ritmo de la vida cristiana; un ritmo bendecido por Dios cuando se vive en la buena y siempre fecunda “indiferencia”. Como María, que no pregunta ¿por qué?, sino ¿cómo? Ante la dificultad que se presenta no nos preguntemos con rebelión el porqué, sino cómo me debo disponer a colaborar con Dios en esta prueba, para cumplir enteramente su divina voluntad.