Yo soy tu Padre, dice Dios,
el del “Padre nuestro que estás en los cielos”.
Mi Hijo se lo ha dicho a los hombres:
que Yo soy su Padre.
El que es padre es padre ante todo,
y el que una vez ha sido padre
ya no puede ser nunca más que padre.
Bien sabía mi Hijo Jesús lo que hacía
al enseñarles a rezar así,
bien sabía lo que hacía Él, que les amó tanto
que vivió con ellos y hablaba como ellos
y sufría como ellos y murió como ellos
y se trajo al cielo un sabor a hombre,
un cierto sabor a tierra.
Dichoso el que se duerme en su cama
bajo la protección de esas palabras
que van por delante de toda oración
como las manos del que reza
van por delante de su rostro,
y que me vencen a mí, el Invencible.
¿Cómo querrán que les juzgue Yo ahora después de eso?
¡Bien sabía mi Hijo Jesús lo que había que hacer
para atar los brazos de mi justicia
y desatar los de mi misericordia!
Así que ya no tengo más remedio que
juzgar a los hombres como juzgan los padres:
hay un ejemplo bien conocido de cómo juzgó un padre
al hijo pródigo que se marchó de casa y luego volvió:
el padre era el que más lloraba.
Lo que ha ido a contarles mi Hijo a los hombres,
lo que en realidad les ha revelado es
el secreto mismo de Dios.
El secreto mismo del juicio.

 

Charles Péguy

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