Miremos a nuestras diócesis, a nuestras comunidades, a las congregaciones religiosas. Tantos carismas, tantas formas de realizar la experiencia creyente. La Iglesia es una en una experiencia multifacética. Es una, sí. Pero en una experiencia multifacética.

El Evangelio es uno, pero son cuatro y son diferentes, pero esa diferencia es una riqueza. Esto aporta a nuestras comunidades una riqueza que manifiesta la acción del Espíritu.

La tradición eclesial tiene mucha experiencia en cómo “manejar” la multiplicidad dentro de su historia y de su vida. Hemos visto y vemos de todo: una gran riqueza y muchos horrores y errores. Y aquí tenemos una buena clave que nos ayuda a leer el mundo contemporáneo. Sin condenarlo y sin santificarlo. Reconociendo los aspectos luminosos y los aspectos oscuros. Como también ayudándonos a discernir los excesos de uniformidad o de relativismo: dos tendencias que tratan de borrar la unidad de las diferencias, la interdependencia.

La Iglesia es una en las diferencias. Es una, y esas diferencias nos unen en esa unidad. ¿Pero quién hace las diferencias? El Espíritu Santo: Él es el maestro de las diferencias. Y ¿quién hace la unidad? El Espíritu Santo: Él es también el maestro de la unidad; ese gran artista, ese gran maestro de la unidad en las diferencias es el Espíritu Santo.

 

Encuentro, 25 de marzo de 2017

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