«No ama a Dios de todo corazón el que ama algo por sí y no por Dios» (Carta 3).
Hay que amar a Dios por encima de todas las cosas. Pero esto es posible si también amamos a Dios en todas las cosas, ya que ellas, en cuanto que provienen del Creador, son manifestación concreta del amor de Dios en nuestra vida cotidiana, en nuestra historia personal. No podemos amar a Dios sobre todas las criaturas, si no percibimos su amor a través de las cosas mismas y las circunstancias que nos rodean. Las cosas son don del amor de Dios, y, por ende, nunca nos es lícito desgajarlas o separarlas del amor del que provienen. La fe nos invita a ver la creación unida al Creador. En efecto, amarlas sin referirlas a Dios significa que nuestro corazón está partido, que no amamos a Dios con un corazón indiviso. Por ejemplo, elevar la mente a Dios antes de comer viendo en los alimentos su amor concreto para hoy y terminar dando gracias por ellos.