El oratorio de la Casa General y de la comunidad de los Siervos de Jesús en Puebla, México, fue reformado en 2017. Como si fuera un juego de la Providencia se construyó bajo el depósito que surte de agua, que da vida, a toda la comunidad. Es por tanto muy acertado el motivo del mosaico que adorna el oratorio: la Natividad con el Bautismo.
La obra fue llevada a cabo por el P. Juan Carlos García, S. de J. Su propuesta es, por medio de la técnica del mosaico, ayudar a un nuevo encuentro entre el arte y la fe, siendo el arte litúrgico su eje principal.
El tema
La Natividad es descrita por el autor como «el acontecimiento extraordinario de Dios, que se hace hombre, en el que toda la creación participa: María, José, la gruta y los animales».
En las aguas del Bautismo es donde se ahoga la vida tocada por el pecado original y ahí, precisamente, encontramos la Nueva Vida, recibimos la vida de Cristo. Dios ha comenzado a vivir como hombre para que nosotros pudiéramos vivir al modo de Dios. Este niño ha asumido toda la humanidad y por eso en el Bautismo nosotros descubrimos nuestra humanidad en la humanidad de Cristo.
María pone al niño en el sarcófago, porque él nace para morir por nosotros. Mucha de la tradición iconográfica hace ver al niño en la tumba, envuelto en vendas, como amortajado. Sin embargo, este sarcófago tiene la forma de una fuente bautismal, porque en ella nosotros participamos de la muerte de Cristo, para participar de su vida.
María
La Virgen está sentada sobre una montaña de tierra. La montaña es el lugar de la revelación de Dios que se ha manifestado en modo excelso en María, su Madre, que es la cima de esta montaña. Dicha montaña se encuentra dentro de una cueva, que es el símbolo del abismo, del vacío, de la no salvación, del desastre tras el pecado. Tenemos así una antinomia muy rica: en los abismos de la humanidad, donde el hombre ha encontrado la nada y la muerte como salario del pecado, allí está la montaña suprema de la revelación de Dios, que se manifiesta justo donde hay un hombre prisionero del pecado y de la muerte. De hecho, Dios descendió hasta allí.
María está vestida con una túnica azul, color de la humanidad y un manto rojo, color de la divinidad. María es una criatura humana revestida de la divinidad. En su manto lleva tres estrellas (dos en sus hombros y una en la frente) que nos recuerdan la Virginidad de María (antes, durante y después del parto).
José
José, un poco alejado, está reflexionando sobre lo que sucede con el nacimiento del niño. Por eso mira al cielo como preguntándose: «¿De dónde viene este niño? ¡Viene del Padre!» Tiene en su mano un bastón. De la realeza de David ya no hay nada, sólo una rama seca de la que despunta un brote, hojas de color verde, que recuerda la raíz de Jesé. La fidelidad de Dios es absoluta.
La aureola o nimbo es un atributo figurativo usado en el arte sacro para indicar la santidad. Es un círculo de luz en torno a la cabeza, comúnmente de color oro. El oro, material que mejor refleja la luz, representa la santidad y la fidelidad de Dios. Es el color más propio de Dios. Es por eso que las aureolas de San José y la Virgen hacen ver ese pasaje del color blanco al color oro. Es decir, el proceso de divinización en el hombre.
Los mosaicos como catequesis
Los mosaicos del P. Juan Carlos García buscan hacer del arte una catequesis. En palabras de Benedicto XVI en un discurso a los artistas, «el arte, en todas sus expresiones, cuando se confronta con los grandes interrogantes de la existencia, con los temas fundamentales de los que deriva el sentido de la vida, puede asumir un valor religioso y transformarse en un camino de profunda reflexión interior y de espiritualidad».