La crisis de la fe y la indiferencia de tantos jóvenes respecto a la presencia de Dios no son cuestiones que debemos “endulzar”, pensando que al fin y al cabo un cierto espíritu religioso todavía resiste. No. A veces el andamiaje puede ser religioso, pero detrás de ese revestimiento la fe envejece. De hecho, el elegante guardarropa de los hábitos religiosos no siempre corresponde a una fe entusiasta animada por el dinamismo de la evangelización. Es necesario vigilar para que las prácticas religiosas no se reduzcan a la repetición de un repertorio del pasado, sino que expresen una fe viva, abierta.
Es hora de volver al comienzo, al pie de la cruz, mirando a la primera comunidad cristiana. Para ser una Iglesia a la que le importa la amistad con Jesús y el anuncio de su Evangelio; una Iglesia que desea ir al encuentro de todos con la lámpara encendida del Evangelio. No tengáis miedo de recorrer itinerarios nuevos, quizá incluso arriesgados, de evangelización y de anuncio, que transforman la vida, porque la alegría de la Iglesia es evangelizar.
¡Y qué importante es en la Iglesia el amor entre los hermanos y la acogida del prójimo! El Señor nos lo recuerda en la hora de la cruz, en la acogida recíproca de María y Juan, exhortando a la comunidad cristiana de cada tiempo a no perder de vista esta prioridad: «Ahí tienes a tu hijo», «ahí tienes a tu madre». Acójanse mutuamente, ámense unos a otros. Sin sospechas, rumores o recelos. Porque Dios está presente donde reina el amor.