«Tened buen ánimo y consolaos en Dios y en el poder de su fuerza, que es Cristo» (Carta 1.390).
San Ignacio aconseja dos cosas: buen ánimo y consolación. Ambas van unidas, pero el buen ánimo depende más de una actitud que asumimos: poner buena cara incluso al mal tiempo. Esta disposición humanamente es sana y razonable, ya que la vida es maravillosa a pesar de las pruebas. La consolación, en cambio, es una moción del buen espíritu que nos mueve a la confianza, al amor, a la fe, a la esperanza. Es consolación espiritual porque nos hace descansar «en Dios y en el poder de su fuerza, que es Cristo»; nos lleva a vivirlo todo en Dios que nos ha enviado el poder y la fuerza de su amor en Jesucristo. La consolación alimenta el buen ánimo y a su vez el buen ánimo facilita la consolación. Porque somos unidad de cuerpo, alma (ahí radica el buen ánimo) y espíritu (ahí radica la consolación) (cf 1Ts 5,17).