La noche es creación de Dios: «Llamó Dios a la luz día, y a las tinieblas llamó noche» (Gn 1,5). Ese tiempo de oscuridad externa y de reposo, que acalla el bullicio del día y frena la actividad de la jornada, es un tiempo especialmente amado por su creador. Dios ha empleado la noche para hacerse presente en la vida del hombre: de noche vino Jesús al mundo y de noche resucitó de entre los muertos. Con razón el Pregón Pascual canta O vere beata nox (¡Qué noche tan dichosa!). De noche escuchó Samuel la llamada de Dios y también de noche los ángeles visitaron a San José para anunciarle la Encarnación, advertirle que huyera a Egipto y avisarle de la posibilidad de regresar a Nazaret.
La noche como bendición
Sin embargo, los cristianos olvidamos frecuentemente el valor de la noche como tiempo de encuentro con Dios, como momento para la bendición de Dios y para fomentar la confianza en él. Llenamos así la noche de ruidos varios, tecnología, lecturas insustanciales o simplemente la vivimos de espaldas al creador; nos inquietamos y agitamos con nuestros pensamientos, o nos empeñamos en forzar el sueño temiendo la posibilidad de afrontar el silencio de la noche. De este modo la pervertimos al vivirla en soledad, luchando contra nosotros mismos. Como respuesta a la necesidad que nos imponemos de suprimir la conciencia de la noche, el mundo se empeña en facilitarnos el paso a un sueño apresurado, que nos desentienda de la vida, del pensamiento propio, y, por supuesto, del creador.
¿No sería más sensato recuperar el auténtico sentido de la noche como momento de especial encuentro con Dios? «No, no consideraré la noche como algo profano, porque tú eres su único Señor (…) Esta oscuridad y este sueño son tuyos, y de ti sólo, sin intermediarios, los recibimos» (La oración de todas las cosas, nº 3, Pierre Charles SJ). Recibir de Dios ese tiempo de descanso tal como él lo permita, pero con la seguridad de que siempre es suyo y de que lo vivimos en sus brazos.
Todas nuestras noches
A veces será esa noche tranquila en que Dios nos habla en el silencio o en el sueño, como la de Jacob en Betel, cuando veía el cielo abierto y los ángeles bajar y subir. Otras veces será la noche agitada del insomnio, en la que las preocupaciones y los miedos se agigantan y nos rodean amenazadores y sin aparente solución, en la que se lucha con Dios, como Jacob en el paso de Yaboq, intentando arrancarle una bendición que parece oculta en su oscuridad. Será el tiempo de alimentar la confianza, de recordar lo que Péguy ponía en boca del mismo Dios: «Podríais quizá sin grandes daños dejarme vuestros negocios (…) / Podríais quizá remitírmelos en el espacio de una noche. / En el espacio en que dormís. / Y en la mañana siguiente los encontraríais no demasiado estropeados. / A la mañana siguiente no estarían quizá peor». También habrá muchas noches normales de las que salgamos a golpe de despertador después de un reparador sueño, que es obra del buen Dios.
Sea como sea, ojalá que todas nuestras noches se conviertan en plegaria. Que Dios nos conceda no robarle ese tiempo precioso que le pertenece y en el que desea cuidar nuestro reposo, premiar nuestro abandono con el regalo de su compañía, ser en definitiva nuestro Dios y Señor, dueño de la luz y la oscuridad.