Que la ecología sea continuamente instrumentalizada por la ideología y objeto de no pocos debates a veces de escasa profundidad, no significa que no nos enfrentemos a una cuestión crucial.
Lo que no es ajeno a lo católico
Animado por el espíritu de San Francisco de Asís, quien muchos siglos antes ya había intuído esto con su Cántico de las Criaturas, el Papa Francisco sugirió una mirada de fe sobre el cuidado de lo que se ha convenido en llamar “la casa común”: «Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo» (Laudato si, n. 11).
No es por tanto el cuidado de la naturaleza y del medio ambiente algo ajeno a lo católico, por mucho que desde determinados sectores, de un extremo u otro, se quiera patrimonializar o demonizar lo que debería ser preocupación de todos. El Papa nos pide una mirada ecológica desde la fe pues la ideología ha convertido la tierra en un nuevo dios que olvida la dignidad única y sagrada del hombre.
Escritura y ecología
También Benedicto XVI reflexionó sobre la ecología, en su discurso ante el parlamento alemán: «La importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente. Sin embargo, hay también una ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. Su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza».
La Sagrada Escritura alberga innumerables llamadas al cuidado de la naturaleza que invitan a velar por la preservación de las especies o el cuidado de la tierra. La ecología entronca directamente con la noción de creación, ya que la naturaleza nos hace presente el acto creador de Dios: «mías son todas las fieras de la selva, las bestias en los montes a millares; conozco todas las aves de los cielos, mías son las bestias de los campos» (Sal 50,10-11).
Una causa común
El Papa Francisco identifica los apremiantes problemas ecológicos modernos: la contaminación del medio ambiente y el cambio climático, la problemática del agua, la pérdida de biodiversidad, la disminución de la calidad de vida humana, la destrucción de la sociedad y la desigualdad global. Citando a san Juan Pablo II nos pide una “conversión ecológica” para que la armoniosa relación con la creación sea un punto en común y no otra batalla ideológica.
Por tanto, tener fe en Dios creador nos lleva no sólo a proclamar lo bello de su creación y la dignidad de su criatura, sino a aceptar como propio, casi como misión, el deber de colaborar con una creación que continúa y de cuyo cuidado somos todos responsables. Aceptar eso nos conduce al encuentro con el prójimo, desde distintas posiciones, en una causa que necesariamente ha de ser común: cuidar lo nuestro, lo que nos ha sido donado.