«Mirar cómo todos los bienes y dones vienen de arriba» (EE 237).
Con dos ejemplos ilustra San Ignacio esta verdad: uno, como del sol descienden los rayos, y otro, como de la fuente descienden las corrientes de agua; así toda bondad que hay en mí desciende de Dios mismo. Mi limitada justicia, mi limitada bondad, mi limitada misericordia, mi limitada generosidad, etc., hay que referirlas, una y otra vez, a su fuente y origen. En Dios toda esta bondad es infinita, y así no solo podemos remitirnos a Él como a su propia fuente, sino también acudir sedientos a beber de nuevo de ese manantial, que es inagotable. Si voy a la fuente y quedo satisfecho, no por ello la fuente se agotará: quedará siempre disponible para todo aquél que tiene sed, sin jamás agotarse.