Dentro del territorio de la parroquia San Jorge, donde los Siervos de Jesús desarrollan parte de su labor, se encuentra el Centro Penal de Olanchito. Es allí donde los Siervos colaboran en el servicio de la Pastoral Penitenciaria. Como recordó el Papa Francisco a los presos del Centro Penitenciario Regina Coeli (Febrero de 2019), la cárcel «puede transformarse en lugar de rescate, de resurrección y de cambio de vida a través sobretodo de cercanía espiritual y compasión, siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano que se inclinó a curar al hermano herido». Su labor se centra especialmente en ofrecer la esperanza cristiana que devuelve la verdadera libertad.
En la cárcel de Olanchito se celebra misa al menos una vez al mes y se asiste a las personas presas los jueves y los viernes por la tarde, para en nombre de Jesús y de su Iglesia, escuchar y atender sus necesidades. En este sentido, se busca acompañar procesos no solo escuchando y animando, sino también ayudando en los trámites que haya que realizar, las medicinas que comprar, o la atención médica que buscar. En el aspecto formativo, los jueves se ofrecen temas de formación para todos los presos y los viernes catequesis para quien quiere profundizar en su fe cristiana y, si es posible, prepararse a recibir los sacramentos.
Ese mismo amor al Señor también ha llevado a proponer a los internos espacios de oración en algo que parecía imposible: un retiro espiritual para ellos. En Cuaresma, en el salón que sirve de capilla se ofrecen escenas del evangelio con tres puntos de oración y con momentos de silencio. El P. Hugo Lemus, que fue párroco durante muchos años en Olanchito, relata que «el silencio que podía vivirse fuera de la capilla, se hacía dentro. Sorprendentemente todos se quedaban en silencio allí para orar. Después de dos momentos de oración, a media mañana, se hacía una pausa del silencio (con un tentempié) para después volver al silencio con otras dos sesiones de oración con sus respectivos puntos. El retiro terminaba con una comida preparada por las voluntarias de la Pastoral Penitenciaria y una puesta en común en la que espontáneamente se compartía algo de los frutos que Dios había concedido. Según contaban los mismos participantes, necesitaban esos momentos de recogimiento y silencio para conocer a Jesús, para hablar con Él. La conclusión que sacaban los mismos reclusos era que había que volver a proponer esa bella experiencia».
No es raro conocer a personas que están ahí por haber sido tomadas como “chivo expiatorio” y cuya causa se queda esperando justicia hasta que alguien “dé una mano”, con influencia política o económica. En el penal de Olanchito están recluídos alrededor de 250 varones y unas 15 mujeres. El ochenta por ciento de los internos tienen una media de edad entre los 20 y 30 años, con una gran energía y talentos a los que urge dar un cauce positivo. Con esta intención, también se han llevado a cabo algunos intentos por dar cursos y talleres que ayuden a su formación, aunque a veces no es posible llevarlos a cabo plenamente, lo que genera un cierto clima de desánimo. Es el caso de un curso de ebanistería dado hace algún tiempo en el que, por las medidas de seguridad del centro no se permitió tener ciertas herramientas para aprender a trabajar la madera.
Como en la mayoría de las cárceles del país, quienes se encuentran allí recluidos, en ocasiones por circunstancias durísimas, conviven en medio de la superpoblación, la violencia, la inseguridad y la corrupción; pero también fuera, muchas de las familias de los presos viven en situaciones de extrema violencia, marginación y elevado grado de analfabetismo, todo lo cual supone para muchos un caldo de cultivo fácil para la desesperanza. Además, estas condiciones reducen también las perspectivas laborales al acabar la condena, dado que con antecedentes penales y escasa formación, difícilmente reciben nuevas oportunidades de trabajo.
Cuando contemplamos la escena que presenta el Señor (Mt 25, 31-46) y sus palabras «estuve en la cárcel y me visitasteis», vemos cómo el servicio de la pastoral penitenciaria puede ayudar a que renazca la esperanza también en medio de la desolación y la monotonía del presidio, entre los jóvenes que reciben la misericordia de sentirse perdonados gracias a la oración de todos, para hacer posible que celebremos con alegría el regreso del hermano que ha vuelto.