«Un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor […] los ratos que estaba ocioso se daba a leer libros de caballerías con gran afición y gusto» así nos describe Cervantes a su Don Quijote, caballero andante de fantásticas aventuras que subyugan cuando uno lleva a cabo la feliz idea de dedicarles algo de tiempo. ¿Y por qué haríamos eso? ¿Por qué emplearnos en la lectura de éste u otro libro, como haría nuestro hidalgo, en lugar de abordar cualquier otra distracción que requiera menos esfuerzo?
Las posibles respuestas a esa pregunta van desde el desarrollo de la inteligencia y la imaginación, hasta la satisfacción de una mente curiosa. La lectura es un trampolín hacia otros mundos, pone en juego nuestro talento, nos permite soñar con lugares en los que no hemos estado, imaginar lo que no hemos visto y adentrarnos en espacios o vidas remotas.
Descartes decía que leer un buen libro es como tener una buena conversación con las mejores mentes de otras épocas. Y no le faltaba razón, pues a través de lo escrito, entramos en diálogo con lo que el autor nos quiere transmitir. Sus palabras nos interpelan y nos hacen objeto directo de lo que acontece en sus páginas. Si se trata de un ensayo, es inevitable confrontarse con lo que en él se recoge; si de un poema, nos sumergimos en las emociones del autor; si de una novela o de un drama, podemos vernos reflejados en alguno de los personajes, no importa cuál, el héroe o el villano, pues todos tenemos algo de ambos. Con ellos creemos y dudamos, sufrimos y reímos, viajamos y nos quedamos en casa.
La literatura y el arte en general nos hacen vivir otras vidas, enriqueciéndonos. Y nos transforman, capacitándonos para ver las cosas de otra manera, ayudándonos a descubrir al otro, a percibir que no estamos solos; que ya alguien ha vivido, sentido, sufrido, lo que nosotros ahora. Y ponerlo en palabras, libera un poco la carga y ayuda a reconocer lo que llevamos dentro.
Si nos dejásemos conmover por la lectura, quedaríamos, al releer el testimonio de Platón, sobrecogidos ante la dignidad de Sócrates afrontando su muerte, última enseñanza para sus discípulos: «estad tranquilos y mostraos fuertes». O podríamos emocionarnos con Sancho al escuchar a Don Quijote hablándole de la libertad: «uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos». O incluso consolarnos ante un desengaño con las palabras de Lisandro en El sueño de una noche de verano cuando exclama: «¡Ay de mí! Porque nunca he podido leer en cuentos o en historias, que se haya deslizado exenta de borrascas la corriente del amor verdadero». En conclusión y en palabras de Alonso Quijano una vez más, «quien anda mucho y lee mucho, ve mucho y sabe mucho».
Por ello, en una época en que tanto se valora la posesión de bienes, acaso para terminar sería bueno recordar la máxima: “si quieres ser rico, lee” y no olvidar que un buen libro es un regalo que podemos abrir una y otra vez.