En el año 2004 al P. José Manuel Torres le fue encomendada la tarea de fundar un colegio en Puebla, México. Junto con él, el P. Francisco Peláez se embarcó en un proyecto que iba a suponer una apuesta por la educación integral en una sociedad con un alarmante déficit de calidad en el sistema educativo. Dieciséis años después, lo que parecía una aventura arriesgada y difícil es el Instituto Miguel de Cervantes en Puebla.

Fachada principal del Instituto Miguel de Cervantes en Puebla, México

Fachada principal del colegio y patio exterior.

Los pilares sobre los que hemos construido este proyecto educativo son tres: primero, la trasmisión de la fe, a través de la espiritualidad inspirada en San Ignacio de Loyola; segundo, la formación integral de la persona que supone no sólo un buen nivel académico y de enseñanza sino el cuidado de la dimensión cultural, artística, deportiva y sobre todo humana y espiritual; tercero, la implementación del proyecto pedagógico Pierre Faure como medio para lograrlo.

El Instituto Miguel de Cervantes ofrece formación integral, y no sería tal si faltara el aspecto espiritual que es fundamental para sostener cualquier propuesta que busque formar integralmente todas las dimensiones de la persona. La capacidad de trascender es inherente a la naturaleza humana, no la podemos negar, pues forma parte de su ser. En este sentido, no basta enseñar valores y virtudes, no basta trasmitir la verdad del hombre y de la realidad en sus diferentes ámbitos con objetividad; es primordial también educar el corazón y llegar a reconocer que todo proviene del amor infinito de Dios que nos ha creado y redimido en Jesucristo. Creemos que la fe que ama y espera no es algo añadido o sobrepuesto, algo decorativo que podría estar o no; sino más bien el fundamento último que da consistencia firme al proyecto educativo de nuestro colegio.

Buscamos que nuestros alumnos sean conscientes de su aprendizaje, de dónde se encuentran y a dónde quieren llegar. Desde esta perspectiva, el maestro orienta el trabajo del estudiante mediante guías dirigidas a un conocimiento específico e interviene observando el trabajo del alumno, auxiliándolo sólo cuando éste lo necesita o solicita. Con esto cabe mencionar que la observación por parte del maestro y su relación con el alumno son un trabajo fundamental, ya que de esta manera puede identificar y comprender la situación personal de cada uno y así buscar la forma de resolver sus necesidades específicas. Verdadera atención personalizada, que no podría darse si las clases contaran con muchos estudiantes.

El alumno tiene la responsabilidad —según la edad— de elegir su lugar, su material, su trabajo, su ritmo, siempre en el contexto determinado del programa a cumplir dentro de las exigencias académicas. El maestro como guía acompaña al estudiante en la búsqueda de progreso y mejora, de un crecimiento. Lo acompaña educándolo en la conquista de la libertad que consiste en que haga las cosas que el niño o el adolescente “debe hacer”, porque las “quiere” hacer. Y el mejor medio para alcanzar esa libertad es el amor. Amor con mayúscula, que ayuda, busca el bien, comprende y escucha. El maestro, sin dejar de ser esencial, se convierte en un personaje discreto, ya que el verdadero protagonista de su aprendizaje es el alumno.

Claustro interior del Instituto Miguel de Cervantes en Puebla, México

Claustro del patio interior de las aulas.

Para poder propiciar este crecimiento y guiar a niños y jóvenes, contamos con las secciones de preescolar, primaria, secundaria y bachillerato. De esta manera podemos acompañar a nuestros estudiantes en su proceso de maduración personal, desde pequeños hasta su mayoría de edad, con el fin de formar personas íntegras que por amor sean capaces de ponerse al servicio de los demás.

El lema de nuestra escuela, La sabiduría disponible al servicio por amor, está plasmado en el escudo con cuatro palabras, una en cada cuadrante. Todo esto constituye el corazón del Instituto Miguel de Cervantes, donde lo más importante son las personas. Deseamos continuar construyendo este hermoso proyecto educativo y hacerlo «con grande ánimo y liberalidad», como decía san Ignacio de Loyola; es decir, con generosidad, con alegría en el cumplimiento de lo que a cada uno le toca; buscando siempre el bien concreto de los demás y la sencillez en el proceder.

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