«Pienso que un servidor de Dios en una enfermedad sale hecho medio doctor para enderezar y ordenar su vida en gloria y servicio de Dios nuestro Señor» (Carta 4).
Una enfermedad enseña mucho, despoja del yo, desnuda la propia vida, nos coloca ante la verdad de nuestra existencia y del amor divino. La enfermedad es una gran maestra de vida, por eso Ignacio dice que, bien vivida, sale uno hecho medio doctor no en medicina sino en la vida; doctor en el sentido de que ha hecho un doctorado, se ha especializado en la verdadera sabiduría que consiste en «enderezar y ordenar la propia vida a la gloria y servicio de Dios nuestro Señor». Podríamos agradecer la enfermedad como ocasión de crecimiento en amor y servicio a Dios. Pero la vemos como un enemigo de nuestra persona y un impedimento de nuestro seguimiento del Señor. Naturalmente, no hay que buscar la enfermedad, pero sí hay que aceptarla y dejarse humildemente despojar por ella de ilusiones y de máscaras.