«Celo sincero de las ánimas por la gloria del que las crió y redimió, sin algún otro interés» (Const. 813).
Gloria significa resplandor, belleza que se manifiesta, que arrebata, que cautiva. La gloria de Dios es el resplandor que ilumina el corazón de los hombres y los saca de sus tinieblas para adherirse al Dios vivo y verdadero. Amar con celo a las almas que Dios creó y redimió con su sangre significa entonces dejarse afectar por la belleza del rostro de Cristo que nos ha redimido y que manifiesta el invisible rostro del Padre que nos ha creado. De este resplandor cautivante de Dios en Cristo resulta un enamoramiento, un celo ardiente, fuego para que este Dios sea conocido, amado, adorado, obedecido. Ante este fuego cualquier otro fuego, por ejemplo el de la propia gloria, aparece simplemente ridículo.