«Que a Él solo vaya todo el peso del amor nuestro» (Carta 171).

¿Significa esto que no podemos amar sino solamente a Dios?, ¿qué hay entonces de nuestro amor natural a la familia, a los amigos, a las cosas bellas de esta vida, etc.?

Lo que nos dice aquí San Ignacio es que no hay que separar o desligar el amor a las creaturas del amor del Creador, porque Él es la fuente de toda belleza y de toda bondad que hallamos en las creaturas. La bondad de una persona, la dulzura de una madre, la honestidad de un trabajador, el vivo color de una flor, etc., traen esa bondad, dulzura, honestidad, belleza, del manantial inagotable de la bondad divina que se prodiga y se derrocha sin medida en sus creaturas. Mientras más amamos a Dios, más amamos su obra, sus creaturas. Y mientras más vemos a las creaturas como viniendo de Dios, más se acrecienta también nuestro amor a Él.

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