«Vencerse a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse movido por alguna afección desordenada» (EE 21).
La vida cristiana tiene un doble ritmo. Una fase “negativa”: vencerse a sí mismo, pues el enemigo es el propio yo, el «sí mismo». No sólo consiste en luchar sino también en vencer a este tirano; se trata entonces de una purificación, de una demolición del ego, de generosa lucha y enérgico combate contra el «self» tan exaltado hoy. Dejar que Cristo venza en nosotros. Y una fase “positiva”, más importante todavía: ordenar su vida, mirando solo a Dios como fin de la propia vida, sin desviarse de esta orientación recta hacia el Señor por ningún afecto desordenado. Corresponde a esta fase la construcción de una afectividad rica e integrada. Es aquí donde el amor va tomando más y más campo en la vida espiritual. Y solo el amor.