«No puede haber mayor error en las cosas espirituales que querer dirigir a los otros según uno mismo» (Mem. 256).
No se ha de dirigir a otros según uno mismo porque cada persona tiene un camino personal, una experiencia particular, que en buena parte no coincide con la propia. Dirigir a otro es ante todo ponerse en la atenta y humilde escucha de su corazón, de sus anhelos, de las gracias con las cuales Dios lo ha tocado; también prestar atención a los obstáculos que ha encontrado. Y a partir de ahí, ayudarle a que por sí mismo tome decisiones adecuadas que lo hagan ir adelante en el camino del bien, hacia Dios. Evitar, por consiguiente, toda rigidez y todo formalismo, imponiendo esquemas o recetas prefabricadas. Se trata de escuchar al Espíritu de Dios presente en el alma y ver hacia dónde la persona es movida interiormente. Por ello, en este sentido, se puede hablar de «acompañamiento espiritual» más que de «dirección espiritual».