«Deseando hallarse en los tales y tan santos deseos, para mejor venir al efecto de ellos…» (Const. 102)
El deseo no son las ganas y apetencias del momento o la emotividad del instante. Es algo más profundo y bello. Olfateamos, soñamos con algo que atrae por su belleza y nos vemos afectivamente movidos a conquistarlo. La palabra deseo proviene del latín de-sidus, que significa literalmente «la carencia de la estrella», carencia que nos mueve, nos motiva y que orienta nuestros esfuerzos. El deseo es como una brújula que nos permite entender hacia dónde estoy yendo o que nos puede hacer notar que estamos estancados en la vida, acomodados, incluso mortecinos. San Ignacio dice «deseando hallarse en santos deseos». Tener deseos de desear lo que es santo, es decir, bello, bueno, verdadero. Este deseo de tener buenos deseos también nos mueve con todo afecto a hacer su voluntad y a la oración confiada y tenaz a Dios para que, con su gracia, nos escuche y nos colme.