Con frecuencia nos topamos con el sufrimiento de los demás: tantos dolores en los corazones, variedad de enfermedades, dificultades en el trabajo, con la familia… Es duro ver el rostro del que sufre y muchas veces no poder hacer nada por evitarlo.

 

Dedicar tiempo al que sufre

Aunque a menudo nos cueste entenderlo, sabemos que Dios cuida ya de cada uno de sus hijos y que «en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rom 8,28). Pero también tenemos que reconocer con humildad que hay cosas que exceden nuestro alcance, aunque tengamos el deseo de ayudar. Son momentos donde solo queda acudir a la confianza: «que nos permite poner en las manos de Dios lo que sólo él puede hacer» (C’est la confiance, n. 45).

Por suerte la vida nos brinda muchos momentos para vivir junto a nuestros compañeros de camino. Es importante aprender a estar junto al que sufre, para escucharle y acogerle. Se trata de poner toda nuestra atención, sin distraernos con nuestros propios problemas; sin querer cambiar las cosas mediante una solución rápida y por supuesto sin quitar peso y realce a lo que, para la otra persona, de hecho es importante. Hay que buscar en lo posible dedicarle el tiempo que necesita, tratando de que el problema del otro sea el centro de mi atención para que su carga sea, verdaderamente, una carga compartida.

Podemos recordar cómo san Juan, recostado junto al Señor en la Última Cena, se mantuvo pendiente sólo de él. Es cuestión de procurar aprender a leer lo que el otro comunica con sus gestos, con su actitud, con su tono de voz… Probablemente no sea momento para juzgar, ni para opinar. Y, desde luego, será conveniente evitar entrar donde no se nos haya pedido.

 

Una actitud de apertura

Quizá podamos ayudar al otro a discernir lo que le ocurre por dentro. Ver las cosas con algo de distancia es el primer paso para comprenderlas porque, reconocer lo que nos pasa ayuda a avanzar. También podemos preguntarle qué necesita, o qué le ha hecho bien otras veces. Puede ser oportuno proponerle que decida qué hacer ahora con eso que le pasa. Pero recordando siempre que el camino del otro es suyo, no mío, así que sólo a él le corresponderá tomar una decisión.

 

El sacerdote Federico Ferrando (centro) en la localidad de Paiporta (Foto: Arzobispado de Valencia).

El sacerdote Federico Ferrando (centro) en la localidad de Paiporta (Foto: Arzobispado de Valencia).

 

Esto requiere, en quien escucha, una actitud de apertura, de calma activa y perceptiva, que se libera de otros asuntos para estar atento a lo que sucede a su alrededor. Encerrados en nuestros propios planes no podemos ver adecuadamente lo que sucede al que pasa a nuestro lado.

 

La Virgen escuchó la aflicción de su Hijo

También la Virgen María permaneció junto a su Hijo. En la cruz escuchó cada una de sus palabras y no dijo ninguna. Estuvo a su lado. Sin preguntar por qué, sin tratar de evitarlo, sin pensar en sí misma, sin distraerse con otra cosa. Eso, exactamente, fue lo que se le pidió.

Todos necesitamos quien nos escuche, quien nos acompañe. Estamos hechos para compartir la vida, las penas, las alegrías. Necesitamos vivir en relación, pedir ayuda, oírnos, escucharnos, acompañarnos. Nos necesitamos. La presencia del otro, cuya experiencia es siempre complementaria a la mía, es lo que se me ofrece para acercarme mejor a la realidad concreta que me toca vivir.

Que María y san Juan nos enseñen a escuchar al que sufre y a permanecer junto a él. Que los hijos lo aprendan de sus padres, los amigos de sus amigos y todos del Señor.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad