Si para que yo te alcance
y me concedas tu amor
tienes que entrarme en tu noche,
aquí me tienes, Señor.
Si para que el mundo sepa
que tú estás en el dolor
tienes que inmolar mi cuerpo,
aquí me tienes, Señor.
Si para que el hombre vea
tu paternal protección
tienes que dejarme sola:
aquí me tienes, Señor.
Siempre me has hecho dichosa,
me has dado tu comprensión,
has enjugado mis lágrimas,
concedido tu perdón.
Hoy, después de tantos años,
solo tengo esta ambición:
decirte sinceramente:
«Aquí me tienes, Señor».
Mercedes Montejo